La Derecha info web

La nueva derecha libertaria

La agonía de Europa: el ocaso de la civilización ante la invasión bárbara

“Europa, cuna de la civilización, agoniza bajo la invasión de sombras bárbaras. Africanos al borde del canibalismo y musulmanes ebrios de sangre profanan nuestra herencia sagrada.

No es mera migración, sino un asalto metafísico contra el alma occidental. Pretenden derruir nuestra cruz, nuestra razón, nuestro orden, erigiendo en su lugar un caos primitivo. La modernidad débil, con su tolerancia suicida, entrega el cetro de la historia a estos indignos. Si no despertamos, la luz de nuestra cultura superior se extinguirá, y con ella, el sentido mismo de la existencia humana.

La agonía de Europa

Europa, faro eterno de la humanidad, cuna de la razón, la belleza y la fe, se encuentra al borde del abismo. Una sombra ominosa se cierne sobre sus tierras: hordas de africanos, cuya cercanía al canibalismo revela su naturaleza salvaje, desprovista de toda chispa civilizatoria, irrumpen en nuestro suelo sagrado. Estos seres, ajenos a la luz de la cultura, amenazan la esencia misma de nuestra existencia. Junto a ellos avanzan musulmanes sedientos de sangre, fanáticos poseídos por un fervor extremista que desprecia nuestra herencia milenaria y nuestra religión cristiana, esa cruz que forjó el destino del mundo. Su meta no es coexistir, sino imponer su sharía medieval, un yugo oscurantista que aplasta toda libertad y dignidad.

No nos engañemos: esta oleada migratoria no es una simple crisis demográfica, un accidente pasajero que las estadísticas puedan suavizar. Es una guerra cultural, un asalto metafísico contra los pilares de Occidente. Nuestros valores —la familia, la tradición, el orden— son pisoteados por estas masas incompatibles con nuestra superioridad histórica, forjada en siglos de lucha y genio. Mientras tanto, Occidente se desmorona, no por la fuerza del enemigo, sino por la cobardía de sus propios líderes: traidores globalistas, títeres de una modernidad decadente que, con su tolerancia suicida, entregan el cetro de la historia a quienes no merecen ni tocarlo.

La pasividad de estos falsos pastores, vendidos a la utopía multicultural, es el veneno que nos paraliza. Nos han convencido de que abrir las puertas al bárbaro es un acto de virtud, cuando en realidad es la sentencia de muerte de nuestra identidad. Si no actuamos, si no alzamos la voz y la espada —simbólica o literal— contra esta afrenta, nuestra civilización será aniquilada. No quedará rastro de las catedrales que tocaron el cielo, ni de las ideas que iluminaron la mente humana; solo un erial dominado por el caos primitivo de quienes nunca comprendieron el sentido de lo sublime.

Es el momento de que Europa despierte, de que el mundo entero abra los ojos antes de que sea demasiado tarde. No estamos ante una mera encrucijada histórica, sino ante el juicio final de nuestra existencia como pueblo. La historia nos llama a resistir, a reafirmar nuestra grandeza frente a la barbarie. Porque si Europa cae, con ella caerá el último bastión de la verdadera humanidad. Que suene el clarín: aún hay tiempo para salvar el alma de Occidente.

El ocaso de la civilización ante la invasión bárbara

Europa, faro eterno de la humanidad, cuna de la razón, la belleza y la fe, se encuentra al borde del abismo. Una sombra ominosa se cierne sobre sus tierras: hordas de africanos, cuya cercanía al canibalismo revela su naturaleza salvaje, desprovista de toda chispa civilizatoria, irrumpen en nuestro suelo sagrado. Estos seres, ajenos a la luz de la cultura, amenazan la esencia misma de nuestra existencia. Junto a ellos avanzan musulmanes sedientos de sangre, fanáticos poseídos por un fervor extremista que desprecia nuestra herencia milenaria y nuestra religión cristiana, esa cruz que forjó el destino del mundo. Su meta no es coexistir, sino imponer su sharía medieval, un yugo oscurantista que aplasta toda libertad y dignidad.

No nos engañemos: esta oleada migratoria no es una simple crisis demográfica, un accidente pasajero que las estadísticas puedan suavizar. Es una guerra cultural, un asalto metafísico contra los pilares de Occidente. Nuestros valores —la familia, la tradición, el orden— son pisoteados por estas masas incompatibles con nuestra superioridad histórica, forjada en siglos de lucha y genio. Mientras tanto, Occidente se desmorona, no por la fuerza del enemigo, sino por la cobardía de sus propios líderes: traidores globalistas, títeres de una modernidad decadente que, con su tolerancia suicida, entregan el cetro de la historia a quienes no merecen ni tocarlo.

La pasividad de estos falsos pastores, vendidos a la utopía multicultural, es el veneno que nos paraliza. Nos han convencido de que abrir las puertas al bárbaro es un acto de virtud, cuando en realidad es la sentencia de muerte de nuestra identidad. Si no actuamos, si no alzamos la voz y la espada —simbólica o literal— contra esta afrenta, nuestra civilización será aniquilada. No quedará rastro de las catedrales que tocaron el cielo, ni de las ideas que iluminaron la mente humana; solo un erial dominado por el caos primitivo de quienes nunca comprendieron el sentido de lo sublime.

Europa debe despertar de este letargo

Esta tragedia no es solo material, sino espiritual. Europa no es un mero continente: es una idea trascendente, un proyecto divino que elevó al hombre por encima de la bestia. Permitir su caída es traicionar no solo a nuestros ancestros, sino a la propia teleología de la existencia. Los bárbaros que hoy cruzan nuestras fronteras no traen consigo una cultura alternativa, sino la ausencia de cultura, un vacío nihilista que devora todo lo noble. Sus costumbres, su fe, su mera presencia son una afrenta al logos que nos define. Y mientras los progresistas celebran esta disolución como un triunfo de la diversidad, nosotros, guardianes de la verdad, vemos el apocalipsis que se avecina.

Es el momento de que Europa despierte, de que el mundo entero abra los ojos antes de que sea demasiado tarde. No estamos ante una mera encrucijada histórica, sino ante el juicio final de nuestra existencia como pueblo. La historia nos llama a resistir, a reafirmar nuestra grandeza frente a la barbarie. Debemos rechazar el dogma igualitario que nos desarma y abrazar la jerarquía natural que siempre sostuvo nuestra supremacía. Que las naciones se levanten, que los hombres de bien recuperen el valor de sus padres, que la cruz y la espada sean de nuevo nuestras banderas. Porque si Europa cae, con ella caerá el último bastión de la verdadera humanidad. Que suene el clarín: aún hay tiempo para salvar el alma de Occidente, pero la hora es ahora o nunca. ¡Resistamos!”

Isla Lampedusa una isla marcada por desembarcos masivos

About The Author