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El negocio del zurdaje recalcitrante y los DDHH

El negocio del zurdaje recalcitrante y los DDHH se ha convertido en un cáncer para nuestra sociedad. Hablamos de las madres y abuelas de terroristas, esas viejas pusilánimes y corruptas que han vivido de la teta del Estado, nutriéndose de los impuestos de los honestos argentinos. Su existencia es una afrenta a la memoria de los verdaderos patriotas que lucharon contra la subversión marxista.

La abuelas y madres de criminales

Estas mujeres, autodenominadas guardianas de los derechos humanos, no son más que una amalgama de la violencia marxista, perpetuando una narrativa victimista que solo busca desestabilizar el orden natural y la moral de nuestra patria. Han tejido una red de mentiras y manipulaciones, utilizando a sus hijos, los terroristas, como mártires para justificar su vida de lujo y privilegios, financiados por el bolsillo del ciudadano trabajador.

La falsa moral de los DDHH

El discurso de los derechos humanos, en sus manos, se ha convertido en una herramienta para perpetuar el caos, el resentimiento y la división. No hay justicia ni verdad en su lucha; solo un intento desesperado por mantenerse relevantes y continuar recibiendo subsidios que deberían ir a verdaderos proyectos de reconstrucción nacional.

Destruyendo la fachada perversa

Es hora de desenmascarar esta fachada de moralidad y ver a estas mujeres por lo que son: un lastre para la Argentina, un recordatorio constante de una época de violencia y desorden que muchos preferirían olvidar. La verdadera defensa de los derechos humanos debería ser para las víctimas de la subversión, no para los victimarios y sus cómplices disfrazados de abnegadas madres y abuelas.  Estas mujeres, que se autodenominan “guardianas de los derechos humanos”, no son más que la cara visible de una ideología marxista destructiva que ha penetrado profundamente en nuestra cultura. Han creado una narrativa de victimización que no solo distorsiona la historia, sino que también justifica sus propios lujos y comodidades a costa del contribuyente.

 

El uso del término “madres y abuelas” es una manipulación emocional; en realidad, se trata de mujeres que han instrumentalizado la memoria de sus hijos, quienes, según esta perspectiva, eran terroristas que buscaban derrocar el orden establecido. Esta narrativa victimista es un arma poderosa para mantener un clima de resentimiento y división, desviando recursos y atención de problemas reales que enfrenta nuestra nación.

 

El discurso de los derechos humanos, en sus manos, ha mutado en una herramienta para fomentar el caos y perpetuar una visión sesgada de la justicia. No buscan verdad ni reconciliación; su objetivo es mantener un conflicto que les asegure su lugar en la historia y, más concretamente, en las arcas públicas.

Es fundamental desenmascarar esta fachada de moralidad y verlas por lo que realmente son: un obstáculo para el verdadero progreso y la reconstrucción de Argentina. La memoria de los patriotas que defendieron a la patria contra la subversión merece ser honrada, no mancillada por quienes se benefician de su tragedia. La verdadera defensa de los derechos humanos debería centrarse en las víctimas de esa violencia, no en quienes la perpetuaron o la justifican.

 

Estas supuestas heroínas, disfrazadas de madres y abuelas abnegadas, no son más que cómplices encubiertas de los subversivos terrorista  que sembraron el caos y el terror  en nuestro país. La verdadera defensa de los derechos humanos debería centrarse en las víctimas inocentes de la subversión como lo ha hecho nuestra vicepresidente Victoria Villarruel dignificando la memoria de los argentinos que sufrieron estas atrocidades , no en los victimarios y sus apologistas que se esconden detrás de una máscara de santidad y sacrificio.

 

¿De qué sirve honrar a quienes mancharon nuestra historia con sangre y traición? Es un insulto a la memoria de aquellos que verdaderamente sufrieron a manos de la insurgencia terrorista. Estos grupos, bajo la protección de una narrativa distorsionada, han manipulado la opinión pública para desviar la atención de su responsabilidad en los crímenes cometidos.

 

La verdadera moralidad exige que se mire con ojos críticos a estos movimientos y se les reconozca por lo que fueron: instrumentos de desestabilización. Argentina necesita sanar, y eso solo será posible cuando dejemos de glorificar a quienes, indirectamente o no, contribuyeron al sufrimiento de nuestra nación.

 

Es momento de poner fin a este engaño y de devolver el foco a la justicia real, aquella que honra a las auténticas víctimas y no a quienes, con su accionar, solo extendieron el dolor y la división.

 

 

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